Nada importa más para una madre que sus hijos. Seguro que no es la primera vez que oyes esto. Pero ser madre es lo que realmente te hace comprender la fuerza y la profundidad de ese vínculo.
Proteger a los hijos forma parte del ADN de la humanidad. No se limita al imperativo biológico de la evolución que tenemos inculcado para propagar la especie. Va más allá de la idea del amor; al menos, tal como yo creía entenderlo. Roza la obsesión, puede que incluso la locura.
Sean cuales sean las dificultades inmediatas, las tribulaciones y el sufrimiento que puedas soportar, hay una idea, una prioridad, que desbanca a todas las demás: la seguridad de tu hijo. Todo lo demás queda eclipsado. Tu propia supervivencia, o la de la mismísima humanidad, palidece en comparación con lo que le pueda ocurrir a tu preciosa y perfecta prole. Esta obsesión la comparten por millones las madres de todos los mundos y lunas que habitamos ahora. La lógica y la razón son impotentes ante ella... y, muy posiblemente, la humanidad es mejor gracias a ello.
Hay quienes creen que los Itinerantes son el futuro de la humanidad. Yo también lo pensaba. Pero ahora comprendo la verdad. Por primera vez, entiendo por completo por qué hacemos lo que hacemos. Mi hija me recuerda cuál es nuestro propósito en este universo. Cuáles son nuestras esperanzas. Nuestros sueños. Nuestro potencial. Y sé que si logro mantener a salvo a esa niña, a mi niña; si puedo construir un mundo, una galaxia o un universo en el que pueda vivir y crecer y, más adelante, tener sus propios hijos..., la humanidad perdurará.
Hoy, aquí, en el mundo de Centauri que es nuestro nuevo hogar, veo a mi hija jugar en el jardín y me acuerdo de mi madre. Pasó los últimos años de su vida deslomándose, y en aquel momento yo le guardaba rencor por ello. Me sentí abandonada. Traicionada. Pero luego me mostró aquello en lo que trabajaba. Gracias a ella, se me concedió una plaza en la Bala del Norte, una de las últimas naves Arca que partió de la Tierra. La plaza que le correspondía a ella.
«Vas a poder ir a las estrellas, ese es tu regalo», me dijo. Yo creía que la Bala del Norte era su retoño. Con todas las horas que pasó diseñándola y ayudando a construirla, a veces me parecía que la amaba más que a mí. Y es ahora cuando entiendo por qué tuvo que hacer lo que hizo. Mi herencia es mucho más que aquel pequeño resguardo de papel y el pequeño nacimiento en el Arca.
Ella me lo dio todo, literalmente. Sacrificó una década de verme crecer para darme toda una vida de potencial ilimitado. Su regalo para mí es el presente... y cada día que paso aquí, en Centauri, con mi propia hija. Sin mi madre, no habría tenido a mi hija... ni tendría la posibilidad de sacrificar lo mismo por ella.
Por cada Éxodo, el Itinerante paga un precio. Para mí, solo habrán pasado unas semanas cuando regrese. Para mi hija, a la que dejo atrás, habrán pasado años. ¿Podrá comprenderlo? ¿Me odiará y me guardará rencor por haberme ido? ¿Llegará a agradecerme algún día el que lo esté haciendo por ella? Espero que llegue a entenderlo, pero a fin de cuentas, tampoco importa. Lo hago porque tengo que hacerlo. Porque es la única manera de asegurarme de que tenga un futuro que valga la pena vivir. Porque eso es lo que hacemos las madres.
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