Si mis cálculos son correctos, hoy se habría celebrado una festividad conocida como el Día de la Tierra en nuestro planeta de origen. Con este motivo, quisiera llamar su atención sobre una de las piezas menos conocidas pero más apreciadas de nuestro museo: un fragmento del diario de una joven profesora con fecha de finales del siglo XXI.
Hoy la clase ha hecho una excursión al bosque, a las afueras de la ciudad, donde hemos plantado árboles en honor del día en que celebramos esta pequeña canica azul que es nuestro hogar. Los niños disfrutaron al aire libre; por suerte, los niveles de contaminación eran bajos, así que los niños con asma no necesitaron los respiradores.
No sé si han entendido de verdad el mensaje del Día de la Tierra, pero es importante empezar a hacérselo llegar cuando son pequeños. A pesar del aumento de las emisiones de CO2, de la subida de las temperaturas y de los microplásticos que contaminan nuestros océanos, es necesario que sepan que aún hay esperanza para el futuro de la humanidad. Ver sus caras de pura alegría mientras cavaban en la tierra fresca y plantaban sus pequeños arbolitos también me dio esperanza.
No es demasiado tarde. Todavía podemos cambiar las cosas a mejor. Aún podemos salvar la Tierra. Lo creo de verdad. Debo creerlo... ¿Qué otra opción hay? ¿Abandonar el planeta que nos vio nacer? ¿Lanzarnos a la fría oscuridad del espacio y rezar por encontrar algo la mitad de valioso que lo que ya tenemos? No puedo ni imaginarme la pena y el sufrimiento que nos depararía ese futuro. Esperemos no tener que averiguarlo nunca.
Se desconoce cuál fue el destino de la autora; aunque hubiera vivido hasta la época de las flotas de naves Arca, habría sido demasiado mayor para optar al viaje. Pero sus sencillas palabras resuenan con fuerza a través de los milenios. Nuestros antepasados no valoraron lo que tenían hasta que fue demasiado tarde. La Tierra se perdió; nuestro hogar quedó destruido para siempre por nuestra propia arrogancia, avaricia y apatía.
Quienes estudiamos la historia sabemos que a menudo se repite. ¿Está Lidon, nuestro hogar, condenado a seguir el mismo camino que la Tierra? ¿Acaso estamos ciegos ante las lecciones del pasado? Si nos fijamos, ya podemos ver indicios de problemas. ¿Haremos caso a la advertencia antes de que sea tarde, o perderemos este mundo con el que se nos ha bendecido nosotros también?
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