Como Itinerantes, volver a casa suscita una inquietud y una incertidumbre tan agudas como el momento en que nos embarcamos por primera vez en un Éxodo. Llevamos en silencio el dolor de saber que, mientras nos perdíamos en el tiempo, el mundo seguía adelante sin nosotros.
ACCIONISTA MAYORITARIO
Como Itinerantes, volver a casa suscita una inquietud y una incertidumbre tan agudas como el momento en que nos embarcamos por primera vez en un Éxodo. Llevamos en silencio el dolor de saber que, mientras nos perdíamos en el tiempo, el mundo seguía adelante sin nosotros. Para nosotros pueden haber pasado semanas y años, pero para los que dejamos atrás han pasado décadas. Las vidas han cambiado, los recuerdos se han diluido y los lazos se han deshecho, dejándonos a la deriva, desconectados de las personas y los lugares que en otro tiempo llamamos hogar.
Pero el hogar es distinto. Nos preguntamos si alguien puede entender el precio de lo que hemos soportado. En los ojos de nuestros seres queridos vemos dudas, miedo y desconfianza después de la larga ausencia. Pero incluso al abrazarlos, al darles las gracias y al compartir el pan, nuestra mente vuelve a las estrellas, a las batallas libradas y a las que vendrán, a la frágil promesa de un mañana que quizá ellos nunca vean.
Aunque nuestras misiones nos lleven lejos de casa, el regreso siempre es un tiempo... bien gastado.
—La estatua —dijo Jonah—, es un poco excesiva.
—Sí, es normal —admitió Iris—. Entiendo que volver y encontrarte con una estatua tuya junto al campo de atraque te llame la atención.
—Lo decía literalmente. Mide diez metros.
—Hacía falta una declaración, una figura heroica. —Iris se metió en el relativo frescor de los edificios del puerto. La gente miraba y señalaba. El rostro de él era muy reconocible en aquella enorme escultura de animita de fuera; severo, decidido y noble. Jonah no se sentía nada de eso, como tampoco sentía que midiera diez metros. Pero la gente jadeaba y se lo quedaba mirando. Un anciano se arrodilló. Una mujer alargó la mano para tocar el dobladillo de su abrigo desgastado.
Iris lo llevó a un reservado del salón del puerto y un par de hombres uniformados se aseguraron de que tuvieran intimidad. Los interiores que veía Jonah eran más elegantes que cuando se marchó, al igual que la vestimenta de las gentes del lugar. Estaba claro que la fabricación y la riqueza en general habían dado un buen salto. Y además, esta última parecía bien repartida. El personal del puerto estaba bien alimentado y de buen humor; estaban volcados en su trabajo, no aferrados a él porque el hambre les pisara los talones. Cuando se marchó, la cosa no iba muy bien y le había preocupado que la familia se limitara a acaparar riqueza y darle la espalda al mundo. Estaba claro que los administradores que hubieran estado a cargo se habían ocupado de las infraestructuras y de la calidad de vida en general.
—No puedo evitar fijarme en las chapitas de lagarto que lleva todo el personal, y también en los carteles.
—Expropiamos el puerto. —Iris sonrió a un perro que se acercó con una bandeja de bebidas en la espalda—. Gracias, Masri. Era... Bueno, había un cártel corrupto que lo dirigía hace unos... veinte años. Y también había piratas en el sistema exterior. Estaban acabando con el comercio porque no sabían controlar su codicia. Así que hubo que intervenir.
—¿Por qué nosotros? —preguntó Jonah—. Y ¿qué hay de...? ¿Cómo se llamaban? La Corporación Cicatriz, la del viejo Vancell. Este era terreno suyo cuando yo me fui.
Iris puso los ojos en blanco. —¿Esos? Pues... ¿Te acuerdas de los piratas y maleantes que acabo de mencionar?
—¿En serio?
Ella se encogió de hombros. —Hubo un cambio de guardia, quisieron enriquecerse a corto plazo. Ya sabes, lo de siempre.
Jonah le dedicó un pensamiento a Pa Vancell. No era un buen hombre precisamente, pero sí que conocía el valor del orden. No así sus herederos, al parecer.
—La cosa se puso fea —continuó Iris—. Hubo una guerra, por resumir. Nosotros y aquellos a los que pudimos motivar contra Cicatriz y sus bandidos. Tengo entendido que fue muy cruda. Por eso el tío Mateus consideró que necesitábamos una figura. De ahí esa estatua tuya de diez metros. La promesa del futuro, el que volvía a casa con provisiones. Y has vuelto. He visto tu manifiesto de carga. Si solo la mitad es correcta, es todo un salto adelante para nuestras fábricas y satélites de control meteorológico. ¿A qué viene esa cara?
—Acabo de darme cuenta de que el «tío Mateus» es el pequeño Matti. Tenía la mitad de tu edad cuando me fui. Correteaba por ahí con el viejo casco espacial de su padre puesto. ¿Aún anda por aquí?
Ella se encogió de hombros. —Se marchó en cuanto las cosas se estabilizaron. Dejó al mando a la prima Elisha.
—Siempre dijo que quería ser Itinerante —recordó Jonah con un tono agridulce. En su cabeza veía al niño de entonces. En su cabeza, Iris veía a un señor entrado en años que se aferraba a los últimos coletazos de sus sueños. ¿Y dónde estaba ahora Matti? ¿Coincidirían alguna vez él y Jonah o seguirían echándose de menos hasta que uno de los dos no volviera nunca a casa o agotara su reserva personal de años?
¿Y qué tripa se os ha roto estos días? —le preguntó. Tuvo que aclarar a qué se refería porque la expresión había caído en desuso.
—De repente hay presencia Celestial dentro del sistema. Por ahora están siendo civilizados, pero reactivaron una de las ruinas de la gran luna de la Cuarta Hermana. Y se darán cuenta de que nos llevamos algunas de sus cosas, y puede que sea un problema. Pero hoy en día tenemos una fuerza de defensa planetaria bastante potente. Ya veremos qué pasa. Hay un movimiento secesionista entre las colonias del continente nocturno que está ganando tracción. La tía Vishni está negociando ahora mismo, pero creemos que habrá que dejarles seguir su propio camino. Ahora es palabrería e ideología, pero dentro de una generación será lucha si intentamos retenerlos. Si los dejamos marchar, con suerte serán socios comerciales cordiales, quizá incluso nos pidan volver a unirse a nosotros dentro de un siglo. Como solemos decir, podemos permitirnos ser pacientes. También hay un pequeño y desagradable movimiento en marcha que quiere quitar derechos a los Esclarecidos, pero calculamos que son básicamente tres los empresarios que lo promueven y, si la cosa se pone muy fea, tenemos buenos tiradores en el planeta ahora mismo.
Jonah sopesó esa idea. —¿Así hacemos las cosas?
—No si hay alternativa, pero cada vez que abren la boca, sus seguidores persiguen y apalean a un buen número de perros, cerdos y delfines. Es un arma de nuestro arsenal, tío Jonah. Si quieres conocer todos los detalles y un puesto en el consejo para que se tenga en cuenta lo que piensas, ya sabes que es tuyo por derecho. Si es que piensas quedarte.
—¿Pienso quedarme? —se preguntó. Había llegado convencido de que sí, pero habían cambiado tantas cosas... Quizá su aportación más valiosa, para su familia por extensión, fuese dejar la carga y pensar en qué estrella lejana lo llamaba ahora. Siempre habría alguna. Y entonces, por supuesto, el mundo habría avanzado aún más cuando él regresara. La joven Iris sería una anciana, o estaría muerta o habría emprendido sus propios viajes de exploración y en ese caso ¿dónde estaría él? Sería para siempre el hombre al que habían hecho la estatua, incluso después de que todos hubieran olvidado el motivo.
Solo que esa maldición, al menos, nunca sería suya. El objetivo de la empresa familiar era garantizar que nunca se olvidara a los Itinerantes. Siempre habría alguien esperando para explicar a los que regresaran lo que había cambiado, para facilitarles el regreso al mundo.
Oyó un murmullo y vio a alguien pasar junto al personal y hacia el reservado con paso irregular y un débil zumbido de servos que delataban una pierna artificial. Levantó la vista y los ojos se le abrieron de par en par.
—¿Eloisa?
Estaba más mayor, mayor que él ahora, cuando ella había sido menor que él en la infancia. Pero solo estaba un poco más mayor, no toda una generación mayor. Su sonrisa mostró unos dientes plateados en contraste con su rostro oscuro.
—¡Jonah Redclaw, el que viste y calza! ¡Qué te parece! Seis años, y para ti no ha pasado ni un día.
Para él habían pasado dos. Para el mundo que los rodeaba, habían pasado tres décadas desde la última vez que habían estado bajo esta gravedad, en esta atmósfera. La abrazó con fuerza y sintió el peso de los músculos que sus aventuras le habían hecho desarrollar.
—La pierna es nueva —señaló.
—Me la cortó un Fantasma en Hambara —dijo—. Pero mi ingeniero me arregló el armazón para que se acople directamente. Funciona mejor así. ¿Te quedas por aquí, vejestorio?— . El apodo con el que lo llamaba parecía ahora extrañamente ajeno a todo tiempo objetivo, como lo estaban ellos dos.
—Me... —De repente agradeció pisar tierra firme bajo los pies, un mundo en el que lo conocían, al menos de segunda mano—. Sí, un tiempo. Si te quedas tú. Va siendo hora de que me gane el pan y trabaje aunque sea un día en la empresa familiar. —Y sabía que no sería para siempre. Las estrellas volverían a llamarlo. Pero a veces era agradable ir más despacio, dejar que la relatividad lo alcanzara a uno.
—Bien. —Otra vez esa sonrisa radiante—. Te enseñaré todo esto.
PRÓLOGO DEL ÉXODO
CONTINUAR LA HISTORIA
SALIRCAPÍTULOS
A lo largo del vasto Cúmulo de Centauri, existen ruinas ancestrales ocultas bajo las rocas y los escombros: los restos enterrados de aquellos que nos precedieron. Un ciclo interminable de civilizaciones, humanas y Celestials, que alcanzan la gloria y luego se desmoronan hasta convertirse en polvo.
No todas las naves Arca llegaron a Centauri al mismo tiempo, hija mía, y no todas lograron establecer un asentamiento. Los que llegaron primero, los que evolucionaron y se convirtieron en lo que ahora llamamos Celestials, no siempre fueron unos anfitriones amables.
Los Mara Yama, unos Celestials aterradores con formas retorcidas y monstruosas, son muy distintos a los enemigos con los que la humanidad se ha enfrentado hasta ahora en su lucha por sobrevivir. Los Mara Yama se alimentan de miedo, se deleitan con la crueldad y se relamen con la agonía de sus presas. No solo son cazadores: son depredadores sádicos que saborean cada instante de tormento psicológico que infligen.
La corriente se cortó justo cuando Evan calibraba los receptores, una tarea cada vez más laboriosa dado el deterioro del equipo de comunicaciones de largo alcance de la Hammercross. Durante un instante, se quedó sentado en la oscuridad, escuchando. Aún se oía el zumbido de los ventiladores. El corte eléctrico no lo había dejado sin suministro de aire.
Torrance, un ingeniero de la Tamerlaine, una nave Arca, roba suministros y los vende en el mercado negro ante las narices de un insólito detective.
Edith, una brillante ingeniera que trabaja con plazos imposibles, se esfuerza por recuperar la sintonía con su hija adolescente antes de que se acabe el tiempo.
El trabajo de Kendall como jefa técnica de la Novia Abandonada la obliga a ponerse creativa a la hora de encontrar piezas de repuesto que mantengan los sistemas de la nave en funcionamiento.
Jurgen Barrendown, financiero multimillonario de la Hijo Venturoso, organiza una fiesta para sus amigos acaudalados la víspera de la inminente partida de la nave Arca..., pero hay quienes no tienen nada que celebrar.