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EL PATRIMONIO

Los Itinerantes existen al margen del tiempo. Partir a un Éxodo, vivir al borde de la velocidad de la luz, es una forma de inmortalidad. Cuando vuelvas a casa, habrán pasado años o décadas..., quizá incluso siglos. Los amigos y la familia envejecerán y morirán. Las nuevas generaciones tomarán lo que hayas aportado y lo usarán para hacer avanzar y evolucionar la sociedad durante tus largas ausencias. Pero tú seguirás siendo igual: joven e inmutable.

O eso les parece a quienes se quedan atrás. Pero incluso en el Éxodo, el tiempo pasa igual, aunque sea lentamente. Al final, el pelo del Itinerante se vuelve gris y las arrugas le empiezan a surcar la piel. Hasta que un día, el precio del Éxodo, el sacrificio y la lucha, es más alto de lo que un cuerpo y un espíritu envejecidos están dispuestos a pagar.

Los Itinerantes jubilados son reliquias. Los restos de un pasado remoto. Pero se los honra y venera como vínculo con un legado glorioso y la clave de la próxima generación de héroes que asegurará la supervivencia de la humanidad.

"«A ustedes, de manos fallidas, pasamos
la antorcha; suya es para sostenerla bien alto».
En los campos de Flandes, de John McCrae"



Ella lo llamaba tío Miru. No era su tío. Una vez echó un vistazo a los registros dinásticos. Miru Hirabari, nacido hace doscientos setenta y ocho años. Era de la familia, pero de la clase que en otras épocas, o en otros linajes, habría conocido por un retrato y una lápida y no porque se sentara en su asiento habitual, una cosa de metal ornamentada que había encontrado en un mundo a siete estrellas de distancia y que se había llevado en su nave, y que había viajado tanto como él.

Aunque ahora ya era viejo. Viejo y encorvado, con cicatrices, y más adecuado para contar leyendas que para protagonizarlas. Estaba entre esas pocas personas cuya condición no estaba clara dentro del hogar familiar. Las que habían viajado y regresado, enriquecido a la familia, protegido sus intereses, promovido la causa de la humanidad entre las estrellas hostiles, pero a las que era difícil encajar cuando volvían a poner los pies en su casa. Gente del pasado, con el deseo del viaje interestelar en los ojos, incluso los ancianos como el tío Miru, que seguramente no volvería a salir del pozo gravitatorio.

—Dicen que mi chica se prepara para un viaje —graznó con aquel acento suyo, propio de un hombre de otro país, salvo que ese país era «el tiempo». Así hablaba la gente de por aquí cuando él tenía su edad, antes de marcharse a estirar los días en aventuras remotas, tirando de la goma elástica que era su vida lo más cerca posible de la velocidad de la luz y volviendo a casa joven y audaz mientras el mundo envejecía. Sin embargo, por mucho que se baile con la relatividad, el tiempo solo se mueve en una dirección. Y este por fin lo había alcanzado.

—La capitana Chey ha dicho que sí —asintió ella—. Tengo un puesto en la nueva expedición.

—Crystal Chey hará que te maten —dijo el tío Miru—. Se olvida de que los demás no son tan indestructibles como ella. No le des la oportunidad.

—Sé de qué pie cojea, tío. — Se imaginaba fácilmente las mismas advertencias que en su día se harían sobre él. Ese tal Hirabari «el afortunado»... La suerte que tiene termina donde acaba su pellejo.

El tío Miru hizo un ruido de insatisfacción y se quedó mirándose las manos demacradas. Uno de los primos pequeños entró con té, hecho como le gustaba a Miru y que ya nadie tomaba ni preparaba. El anciano esperó a que se vertiera todo y a que estuviera empapado. Cada vez que ella se movía o abría la boca, la mirada severa de su tío la ponía en su sitio. Habría jurado que el verdadero motivo por el que quería salir del planeta era el modo en que las generaciones anteriores miraban por encima del hombro, sin pensar por qué, a alguien con solo dos décadas a las espaldas. Quería volver con historias de las antiguas costumbres de otras generaciones y con el misterio del Itinerante de largo alcance en los ojos.

—He visto tus aptitudes —dijo al fin—. Tienes los genes inductores más fuertes que hemos visto en toda una generación. La antigua tecnología, la tecnología Celestial, te habla, ¿no?

—Veo imágenes, en mi cabeza —aclaró ella—. Cómo funcionan las cosas, cómo conseguir que me sirvan de algo.

Él asintió con la cabeza, bebió un sorbo de té y pospuso lo que iba a decir hasta que el silencio entre ellos se hizo tan tenso que parecía que se iba a romper. Entonces algo le salió de dentro, un último reflujo de su juventud desafiante.



—Hay una cosa que quiero que tengas tú —dijo mientras abría uno de los innumerables huecos ocultos del asiento metálico y sacaba algo. Tenía unas líneas elegantes tan bellas, tan extrañas, que tardó un momento en comprender que se trataba de un arma.

—¿Eso es...?

—La Asesina de Ícaro. El Regalo Mortal. Mi vieja amiga. Sí.

—Pero... dijiste que se había perdido.

—Sí que lo dije. Después de saber que yo no volvería a partir. Para evitar peleas sobre quién se quedaría con ella. Hasta que encontrase a alguien a quien quisiera pasarle esta carga.

—¿Carga? La Asesina de Ícaro, el arma vinculada por siempre con las leyendas de Miru, el arma destructora de monstruos y dioses.

—Tómala. Mira, he colocado una diana en esa pared del fondo. Toma este cacharro del demonio, levántalo y apunta, pero antes dime qué te está diciendo.

La Asesina era delicada, con florituras barrocas en la empuñadura y una culata que se estrechaba hasta el cañón, más delgado que su dedo. Apenas tenía peso. La apuntó hacia el objetivo de Miru y...

Notó cómo despertaba. Como algo parecido a un cangrejo, ancestral y astuto, que se aventura a salir del caparazón mucho después de que debiera haber muerto. Sintió que le lanzaba zarpazos a la mente. Su afán por hallar una utilidad. Su desdén por el objetivo, y cómo le llenaba la cabeza con la consciencia de todas las demás opciones, clasificadas y evaluadas en función del nivel de amenaza de cada uno. Sus primos pequeños jugando en el jardín, más allá del balcón. El tío Miru. La Asesina de Ícaro se fijaba en el tío Miru, el adversario potencial más poderoso, el objetivo más glorioso, y le daba una docena de soluciones de disparo diferentes que lo matarían o lo incapacitarían. Ansiosa, jadeante, como un perro desesperado por que le suelten la correa.

Ella jadeó y bajó el arma rápidamente. —Quiere...

—Ya, no hace falta que me digas lo que quiere esa vieja bruja —dijo Miru con una risita—. Siempre va a querer, le pidas lo que pidas. Pero no hagas caso a sus tonterías. Asegúrate de que sepa quién manda y te servirá bien. Ícaro era orgulloso; no quería saber nada que no fuese volar cerca del sol. Y aquí la vieja Asesina les pone los pies en el suelo a los orgullosos y a los poderosos. ¿Verdad que sí? —Acarició las líneas curvas del arma que, hacía solo un instante, había tramado matemáticamente su destrucción.

—Ahora te toca a ti llevártela —le dijo el tío Miru—. Te lo advierto, ahí fuera hay una galaxia entera de cosas que quieren matarte. Bestias, humanos, Celestials, metamorfos, Fantasmas. Si ahí fuera hay algo que valga la pena, habrá otros que lo quieran, y casi siempre, la propia presa luchará para impedir que alguien le ponga la mano encima. Si vas a esos lugares, necesitarás algo que te dé ventaja, y no he encontrado nada que me diera más ventaja que esta pequeña y retorcida máquina de matar. Tómala y átala bien corto, ¿eh? Que sirva a tu causa y, después, tráela de vuelta y pásala. A ser posible con algo tuyo que hayas encontrado. Cuando se llega a mi edad, se quiere proyectar algo más que sombra, ¿me entiendes?



Empujó el arma en su dirección y ella dudó un poco. Después, la tomó. La mano de él se detuvo un instante, como si fuera a arrebatársela otra vez. Entonces, pasó a ser suya y sus cálculos mortales merodearon alrededor de la hoguera de su mente, gruñendo con ansia de sangre.

Una expresión extraña y triste cruzó el rostro del tío Miru, como las hojas de otoño, y ella lo comprendió. Hasta aquel momento, una parte de él aún creía que podría volver, subir a una nave y dirigir una última expedición a lo desconocido. Al entregarle a la Asesina de Ícaro, se estaba rindiendo ante el tiempo. Una jubilación merecida, cómoda y con suerte prolongada, pero con la que aceptaba que ya no volvería a ser el hombre de las leyendas. Hirabari el Afortunado, el viajero, el explorador, el héroe.

Tres días después, ella cruzó la pasarela de la nave de Crystal Chey con la Asesina de Ícaro colgando del hombro. Oyó los murmullos de escándalo, sorpresa o envidia de la familia que dejaba atrás. Vio la aprobación en los ojos de piedra preciosa de Chey y en los del resto de la tripulación. Era la más joven, la más débil, pero ahora aportaba algo más que sus habilidades. Proseguía un legado que se remontaba a muchos siglos.

Lanzó una sola mirada a la vieja casa, hacia el balcón. El tío Miru había llevado su asiento hasta allí. Vio cómo reflejaba la luz del sol. Se despidió con la mano por última vez. En su mente, la Asesina calculó trayectorias y arcos de tiro, y ella sintió que aquella era la despedida afectuosa del arma para con su antiguo portador.

PRÓLOGO DEL ÉXODO

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EL PATRIMONIO

A lo largo del vasto Cúmulo de Centauri, existen ruinas ancestrales ocultas bajo las rocas y los escombros: los restos enterrados de aquellos que nos precedieron. Un ciclo interminable de civilizaciones, humanas y Celestials, que alcanzan la gloria y luego se desmoronan hasta convertirse en polvo.

ACCIONISTA MAYORITARIO

Como Itinerantes, volver a casa suscita una inquietud y una incertidumbre tan agudas como el momento en que nos embarcamos por primera vez en un Éxodo. Llevamos en silencio el dolor de saber que, mientras nos perdíamos en el tiempo, el mundo seguía adelante sin nosotros.

EN LO MÁS PROFUNDO

A lo largo del vasto Cúmulo de Centauri, existen ruinas ancestrales ocultas bajo las rocas y los escombros: los restos enterrados de aquellos que nos precedieron. Un ciclo interminable de civilizaciones, humanas y Celestials, que alcanzan la gloria y luego se desmoronan hasta convertirse en polvo.

Donde apenas alcanza el oído

No todas las naves Arca llegaron a Centauri al mismo tiempo, hija mía, y no todas lograron establecer un asentamiento. Los que llegaron primero, los que evolucionaron y se convirtieron en lo que ahora llamamos Celestials, no siempre fueron unos anfitriones amables.

Mara Yama

Los Mara Yama, unos Celestials aterradores con formas retorcidas y monstruosas, son muy distintos a los enemigos con los que la humanidad se ha enfrentado hasta ahora en su lucha por sobrevivir. Los Mara Yama se alimentan de miedo, se deleitan con la crueldad y se relamen con la agonía de sus presas. No solo son cazadores: son depredadores sádicos que saborean cada instante de tormento psicológico que infligen.

Mundos verdes

La corriente se cortó justo cuando Evan calibraba los receptores, una tarea cada vez más laboriosa dado el deterioro del equipo de comunicaciones de largo alcance de la Hammercross. Durante un instante, se quedó sentado en la oscuridad, escuchando. Aún se oía el zumbido de los ventiladores. El corte eléctrico no lo había dejado sin suministro de aire.

CON ESTO BASTARÁ

Torrance, un ingeniero de la Tamerlaine, una nave Arca, roba suministros y los vende en el mercado negro ante las narices de un insólito detective.

HERENCIA

Edith, una brillante ingeniera que trabaja con plazos imposibles, se esfuerza por recuperar la sintonía con su hija adolescente antes de que se acabe el tiempo.

REPUESTOS

El trabajo de Kendall como jefa técnica de la Novia Abandonada la obliga a ponerse creativa a la hora de encontrar piezas de repuesto que mantengan los sistemas de la nave en funcionamiento.

VIABLE AL NOVENTA Y NUEVE POR CIENTO

Jurgen Barrendown, financiero multimillonario de la Hijo Venturoso, organiza una fiesta para sus amigos acaudalados la víspera de la inminente partida de la nave Arca..., pero hay quienes no tienen nada que celebrar.

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